El emprendedor regio detrás de la maestría sin título

René Lankenau
6 min readMay 21, 2020

En diciembre de 2015, Pato se quedó sin dinero.

Se había mudado a la Ciudad de México — ahí arrancaría su empresa — y por lo pronto su amigo Dámaso le prestaba un cuarto, para que al menos no tuviera que pagar renta. Aún así, no juntaba ni $10 mil pesos para sus gastos.

No es lo típico que esperarías escuchar de una persona que se graduó de ingeniería industrial con doble titulación — Tec de Monterrey y Georgia Tech — , que tenía además un MBA de Harvard y que había trabajado en un fondo de venture capital y en Bain & Co, la prestigiosa firma de consultoría.

Lo peor del caso es que en ese momento tenía una propuesta para regresar a Bain, con lo que mi problema de dinero se hubiera acabado”, dice Pato. “Pero no. Collective Academy tenía que existir”.

Pato Bichara se había obsesionado con la idea de crear una nueva institución educativa.

Para quienes lo conocen, no sería algo tan sorprendente. Desde antes había mostrado una inclinación por ideas que tuvieran impacto social, y algo habrá visto desde su familia: sus tíos eran ya figuras sumamente respetadas en el ambiente educativo de Monterrey. Su tío Tony Dieck era en ese entonces el rector de la UDEM, y su tía Lourdes Dieck la rectora de posgrado en el EGADE, del Tec.

Pero lo que Pato trataba de hacer en ese momento rompía con una de los elementos tradicionalmente más importantes para una institución educativa: sus alumnos se graduarían sin tener un título con validez oficial — o sea, sin un título avalado por la Secretaría de Educación.

Unos meses antes, comenzó desarrollando un producto que pudiera reemplazar una licenciatura. Entrevistó a unos 50 directores y gerentes de recursos humanos, y a partir de esto fue diseñando un currículum que fuera valioso para preparar profesionistas exitosos.

Sería difícil lograr simultáneamente todos sus objetivos. Él quería un programa de muchísima calidad, moderno y adaptable, con los mejores maestros, y que además costara mucho menos. De entrada esto significaría sacrificar el concepto de ‘campus’ — uno de los elementos más pesados en la estructura de costos de las universidades. Pensaba que sus clases las podría impartir en espacios compartidos — varios de los grupos terminarían más adelante teniendo sus clases en salas de juntas de oficinas de ‘co-working’, como WeWork — pero esta decisión haría prácticamente imposible contar con el famoso RVOE (Reconocimiento de Validez Oficial de Estudios). O sea, no podría ofrecer un título oficial.

No importa, creyó, aunque sabía perfectamente bien que muchos alumnos potenciales — y sobre todo sus papás — estarían muy nerviosos de invertir varios años de estudios, y no saber si en el futuro serían “empleables”.

Trató de convencer a los directores de recursos humanos de garantizarle una entrevista — una entrevista, no un puesto — a quienes se graduaran de su programa. Pero aunque el concepto les gustaba, no estaban dispuestos a ponerlo por escrito. Y encontrar alumnos sin siquiera algo así, no parecía muy viable…ni responsable.

Diciembre de 2015. Pato sin dinero.

En ese momento, teóricamente él tenía el respaldo de un pequeño grupo de inversionistas dispuestos a inyectarle recursos a su visión. Pero el deal al que habían llegado es que le transferirían los fondos el día en que comenzaran las clases. Ni un día antes.

Roberto Charvel, quien terminaría siendo uno de los inversionistas, le había presentado meses antes a Fernando Fabre — en ese entonces director general, a nivel global, de Endeavor — y quien también estaba obsesionado por hacer algo disruptivo en educación. Fabre se convertiría en co fundador de la nueva empresa.

La familia de Pato lo apoyó con un préstamo. Le prestaron $100 mil pesos, en parte gracias a que Fabre le garantizó a la familia que él se hacía responsable de regresar al menos la mitad.

‘Pivotearon’. En lugar de comenzar con el reemplazo de la licenciatura, diseñaron una maestría. Su Master in Business & Technology buscaba ser un programa que pudiera competir con un MBA.

En Harvard tuve la oportunidad de vivir el top — lo máximo — en calidad educativa…¡pero por qué tiene que costar $200 mil dólares!”, señala Pato.

El Master de Collective Academy incluiría materias relacionadas con global trends, organizational IQ, y storytelling. Desde web development, hasta data science. Los ‘mentores’ — como denominan a sus maestros — debían ser expertos en sus temas, y además profesionistas que trabajaran en algo relacionado con la clase que impartirían.

En abril de 2016 llegaron los 13 alumnos del primer grupo a su primera clase. No fue fácil conseguirlos, pero Pato insistió a sus inversionistas que ellos mismos le ayudaran a promover el programa. La mayoría de este grupo llegó gracias a algún inversionista.

Claro, en ese momento llegó también el dinero de la inversión, con lo que Collective pudo comenzar a hacerse de un equipo.

Apenas unos meses después, en octubre, arrancaría el segundo grupo. Otros 13 alumnos. Tres meses después, el tercer grupo…y así sucesivamente. La primera generación en Monterrey, en mayo de 2018.

Hoy llevan 20 generaciones graduadas — más de 300 alumnos en total — y hay ocho grupos cursando el programa.

Estudiar el MEDEX en el IPADE — su famosa maestría para ejecutivos — tiene un costo de alrededor de $1.2 millones de pesos. El MBA del Egade cuesta cerca de $770 mil pesos. La maestría de Collective Academy cuesta $194 mil pesos.

Claro, sin campus. Sin una marca consolidada a lo largo de varias décadas. Y claro, sin título.

Para Fernanda Lazcano, esto no es un problema. Ella quería estudiar un MBA fuera de México, pero escuchó en un podcast de Dementes una entrevista que le hicieron a Pato, e inmediatamente se identificó con la propuesta.

Sentí que me pusieron un menú, que era una maestría específicamente para mí”, explica la abogada de 29 años. “Y no, no me molestó para nada que no tuviera título. De hecho yo ya había hecho antes otra maestría, en derecho, en la UP, y de esa tampoco tengo el título”.

Poco más de un año después de comenzar a impartir la maestría, Collective Academy fue contratado por BBVA para que le ayudara con un programa de capacitación de ejecutivos. De aquí surgiría una iniciativa para ofrecer este tipo de servicios a empresas: programas cortos que ayuden a acelerar procesos de transformación e impulsar intrapreneurs, por ejemplo. Ya trabajaron con Bimbo y Metalsa, entre otros.

En menos de tres años, más de 4 mil ejecutivos han pasado por estos programas.

Siguen creando nuevos programas. Hoy están anunciando un summer bootcamp, en línea, enfocado en jóvenes de entre 18 y 24 años que quieran invertir cinco semanas de su verano para aprender sobre entrepreneurship. Se van metiendo al rango de edades que Pato traía en mente desde el principio.

Todo esto es importantísimo en un país como México, dice Charvel. Él invirtió en Collective Academy porque cree que va a cambiar al país.

Que haya talento como el de Pato, que es alguien que después de un MBA en Estados Unidos, con una trayectoria profesional, viene y le apuesta a algo tan trascendental para nuestro país es muy motivante”, añade.

El término de ‘innovación disruptiva’ es más popular que nunca, aunque por lo general se usa para iniciativas que no tienen nada de ‘disruptivas’. La idea original de este concepto era para ejemplificar casos como el de las aerolíneas de bajo costo: cuando comenzaron, renunciaban a cosas de valor para los clientes — como la comida incluida, los programas de puntos, la posibilidad de volar en business class y de usar aeropuertos más modernos, entre otros— a cambio de ofrecerte un vuelo mucho más barato.

Pato está tratando de lograr algo similar. Con Collective Academy tienes que renunciar a algo que para la mayoría sigue siendo de muchísimo valor: un título oficial. Su propuesta es que la combinación de un programa moderno, impartido por ‘mentores’ bien seleccionados, y con un costo dramáticamente más bajo, compensa — al menos para algunos — el hecho de no obtener un título. Esto sí es una propuesta disruptiva.

El gran reto aquí es que tenemos es que nuestros ex alumnos, con su trabajo, certifiquen nuestros programas”, dice. “Somos una neo universidad”.

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